Según estudios realizados, normalmente nos toma entre 2 y 7 segundos formarnos la primera impresión del otro. ¿Por qué es tan rápido ese proceso? La respuesta tiene que ver con la evolución de nuestra especie y con lo que, a lo largo del tiempo, nos ha resultado adaptativo.
La primera impresión no es más que un juicio rápido sobre una persona o situación que se nos presenta. Si la juzgamos como “peligrosa” o inconveniente, nuestro cuerpo activa sus mecanismos de huída y no nos interesa prolongar un instante más ese primer contacto.
Quizás en la actualidad no tenga mucho sentido actuar así, pero cuando los hombres de las cavernas se encontraban ante una presencia fuera de lo habitual, debían decidir de inmediato si su vida corría peligro o no porque de esa rápida decisión dependía su subsistencia. Solo los que eran capaces de formarse una primera impresión instantánea ajustada a la realidad sobrevivían y, por lo tanto, sobrevivía nuestra especie.
Como consecuencia de ese hábito de nuestros ancestros, hoy nuestro cerebro sigue estando programado para llegar a una conclusión de manera acelerada y con muy poca información. Y eso ocurre en todos los ámbitos de nuestra vida. Por eso una imagen vale más que mil palabras.
Según estudios realizados, normalmente nos toma entre 2 y 7 segundos formarnos la primera impresión del otro. ¿Por qué es tan rápido ese proceso? La respuesta tiene que ver con la evolución de nuestra especie y con lo que, a lo largo del tiempo, nos ha resultado adaptativo.
La primera impresión no es más que un juicio rápido sobre una persona o situación que se nos presenta. Si la juzgamos como “peligrosa” o inconveniente, nuestro cuerpo activa sus mecanismos de huída y no nos interesa prolongar un instante más ese primer contacto.
Quizás en la actualidad no tenga mucho sentido actuar así, pero cuando los hombres de las cavernas se encontraban ante una presencia fuera de lo habitual, debían decidir de inmediato si su vida corría peligro o no porque de esa rápida decisión dependía su subsistencia. Solo los que eran capaces de formarse una primera impresión instantánea ajustada a la realidad sobrevivían y, por lo tanto, sobrevivía nuestra especie.
Como consecuencia de ese hábito de nuestros ancestros, hoy nuestro cerebro sigue estando programado para llegar a una conclusión de manera acelerada y con muy poca información. Y eso ocurre en todos los ámbitos de nuestra vida. Por eso una imagen vale más que mil palabras.
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